lunes, 11 de diciembre de 2006

El antisemitismo se pone de moda

El antisemitismo se pone de moda
Un interesante análisis de James Neilson sobre las posturas de la izquierda frente a la situación en Medio Oriente.



Aunque por razones tácticas los marxistas optaron por ubicar a los fascistas italianos y los nacionalsocialistas alemanes, mejor conocidos como nazis, a la derecha del espectro ideológico, esquema éste que gracias a la influencia de los revolucionarios sería aceptado por casi todos, la verdad es que los dos movimientos colectivistas y rabiosamente antiliberales que conformaron el lado europeo del eje fueron de origen izquierdista y sus militantes siempre tuvieron más en común con los comunistas que con los conservadores o socialistas democráticos. Además del amor a la violencia purificadora que tantos muertos provocó en el transcurso del siglo XX, cuando los nazis y fascistas asesinaron a decenas de millones de personas y los comunistas a más de cien millones, muchos izquierdistas, sobre todo en la Unión Soviética, compartieron el odio a los judíos, sentimiento que legaron a sus sucesores.

No es demasiado sorprendente, pues, que en la actualidad buena parte de la izquierda occidental antes filosoviética se haya aliado con los guerreros santos del islam en su ofensiva genocida contra el Estado de Israel. Lo que vimos el miércoles en el centro de Buenos Aires, cuando una banda de encapuchados violentos del grupo Quebracho, una organización que desde hace años parece contar con la simpatía de los notorios "servicios de inteligencia" del país, se las arregló para frustrar una protesta judía frente a la embajada de Irán, fue típico de lo que está ocurriendo en otras metrópolis como Londres, París, Roma y Madrid. Aunque sólo los más extremistas actúan con tanta beligerancia como los de Quebracho, entre progresistas de apariencia más pacífica ya es habitual oír decir que en el fondo Israel es idéntico a la Alemania de Hitler, como si la reacción de un pueblo que intenta defenderse contra quienes se proclaman resueltos a exterminarlo pudiera compararse con la brutalidad sistemática de los nazis.

Si bien criticar la política israelí y simpatizar con los palestinos no es antisemita de por sí, llama la atención el escaso interés de la izquierda internacional por las atrocidades decididamente más cruentas que son perpetradas a diario por musulmanes en el Sudán, país en que los negros masacrados por milicias árabes ya suman más de 200.000, por los rusos en lo que aún queda de Chechenia, por los escuadrones de la muerte sunnita y chiíta en Irak, por los islamistas en Pakistán y así, largamente, por el estilo. Parecería que, a menos que los responsables de la muerte de civiles musulmanes sean israelíes o norteamericanos, el asunto carece de importancia e incluso si éstos no tienen nada que ver con un nuevo baño de sangre en el Medio Oriente, algunos intelectuales progresistas se las ingeniarán para tomar la tragedia por evidencia de la perversidad ilimitada del imperialismo judeonorteamericano.

La tendencia escapista a pensar que si Israel se dejara borrar del mapa y el gobierno de Estados Unidos adoptara una postura más conciliadora el mundo podría gozar de siglos de paz fraternal incide no sólo en la actitud de muchos frente a los conflictos que están convulsionando al Medio Oriente. También afecta a los hombres, mujeres y niños judíos que viven en Europa, América y otros lugares. En todas partes, están resurgiendo los viejos prejuicios antisemitas merced a la prédica furibunda de inmigrantes musulmanes, más sus descendientes y la obsesión de sectores cada vez más amplios de la izquierda con el enfrentamiento entre el Estado judío y sus vecinos árabes. Aunque en muchos países sólo una minoría de los judíos es sionista, sus enemigos no pierden el tiempo tratando de discriminar entre los comprometidos con Israel y los indiferentes, con el resultado que por primera vez desde 1945 son muchos los europeos que se esfuerzan por ocultar sus afiliaciones religiosas por temor a ser atacados en plena calle. En Francia, el clima se ha hecho tan pesado que ni siquiera los misiles islamistas lograron frenar la emigración de judíos que juran que se sentirían más seguros en Israel que en su país natal.

De tomarse en serio lo que dicen muchos izquierdistas, además, claro está, de los voceros de las dictaduras árabes, Israel es el país más maligno de la Tierra, uno de instintos tan genocidas y racistas que no debería ser admitido en la comunidad nacional. Puesto que desde su fundación, la cantidad de árabes que se califican de palestinos se ha multiplicado muchas veces, acusarlo de tratar de matarlos a todos es claramente tan absurdo como lo es insinuar que una política inmigratoria que favorece a los judíos sea racista, porque los hay de todas las razas y, de cualquier modo, la mitad de la población procede de países musulmanes, desde donde fueron expulsados, y sus rasgos físicos no son distintos de los de sus ex compatriotas. Asimismo, abundan los países en los que a la hora de seleccionar a los dignos de ser aceptados se aplican criterios étnicos que son mucho más racistas que los atribuidos falsamente a Israel, entre ellos Finlandia, el Japón y hasta hace muy poco Alemania, mientras que en todos los países musulmanes se distingue rigurosamente entre los creyentes y los infieles.

Tales detalles son irrelevantes para los que quieren creer que Israel es un clon del Tercer Reich, lo que en vista de lo que éste hizo a los judíos sugiere que estamos ante una deformación psicológica siniestra causada, es de suponer, por la voluntad de los atraídos por el antisemitismo de convencerse de que en última instancia el Holocausto se debió al menos en parte a la maldad de las víctimas. En Occidente y también en el mundo musulmán, el antisemitismo tiene raíces tan profundas que acaso resulte natural que abunden los que buscan pretextos para debilitar los tabúes que fueron originados por la matanza nazi. Una manera burda de hacerlo consiste en negar que el Holocausto tuvo lugar, otra es insistir en que Israel, el único país de mayoría judía, es una colonia imperialista que se asemeja mucho a la Alemania de sesenta años atrás y que por lo tanto merece el mismo destino, de esta forma dando una pátina de respetabilidad a lo que resulta sólo la manifestación más reciente de un vil prejuicio milenario.

De más está decir que la severidad moralizadora de quienes condenan a Israel por no haber encontrado la forma de defenderse contra quienes quieren destruirlo sin matar a civiles inocentes suele olvidarse cuando se trata de lo que hacen otros. A pocos izquierdistas les llamó la atención de que mientras los israelíes procuraron reducir al mínimo la cantidad de bajas civiles, los islamistas de Hizbollah disparaban sus proyectiles contra centros urbanos con la esperanza indisimulada de matar a judíos de todas las condiciones, expresando en público sus condolencias cuando los muertos resultaron ser musulmanes. Y a ninguno le importaba un bledo que Israel sea una democracia en la que los ciudadanos árabes disfrutan de más derechos que en cualquier país gobernado por sus congéneres.

Es fácil imaginar el griterío que se levantaría entre los progresistas en Europa, Estados Unidos y América Latina si al Parlamento israelí se le ocurriera aprobar leyes que considerarían reaccionarias, pero el entusiasmo que sienten por causas libertarias en sus propios países no les ha impedido formar una alianza tácita con quienes condenan a muerte y ejecutan a homosexuales, a mujeres violadas y por lo tanto "adúlteras" y a quienes abandonan la fe de sus mayores, además de cortarles las manos y a veces los pies a los ladrones.

La contradicción así supuesta puede atribuirse en parte a que los occidentales se sienten tan superiores a los árabes, iraníes y paquistaníes, que dan por descontado que sería poco razonable pedirles respetar pautas apropiadas para pueblos civilizados, pero también se debe a que para muchos la hostilidad hacia Israel es más que suficiente como para librar de culpa a una persona o a un país entero. Los nazis sentían que contra los judíos todo estaba permitido. A juzgar por su conducta, tanto los islamistas como muchos progresistas occidentales, entre ellos ciertos argentinos, creen lo mismo.

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